Este sábado, 18 de marzo, jugamos contra Olímpico de Pozuelo en su campo. En noviembre de 2016 jugamos contra ellos en nuestro campo y nos ganaron, con el añadido que lo hicieron con dos jugadores menos.
Durante toda la semana tuvimos el miedo, debido al largo puente, de no llegar ni siquiera a los 9. Pero como ya ha ocurrido en alguna ocasión hubo jugadores que habiendo anunciado su no asistencia o que padecían lesión, ante la apurada situación, decidieron que era más importante ayudar al equipo. Ejemplo de ello son Álvaro (eso es un capitán) y Marcos con su poética lesión (pellizco de menisco – por aquello de la rima… claro). Finalmente habríamos cumplido con los 13 si no hubiera existido una baja en la propia espera del autobús.
Así llegamos al campo, donde en el calentamiento informamos al árbitro que éramos 12, momento en el que nos dijo que los contrarios eran 11. Ciertamente mejor por igualdad de fuerzas.
Comenzó el partido y los 10 primeros minutos fueron lo mejor que se ha visto a este equipo; ataque con ambición, penetrando en la defensa contraria con apoyos, cantándose la forma en la que se iba a atacar y aperturas finales a los tres cuartos culminando en muchos metros ganados o con ensayo. Dos ensayos cayeron de esta forma e hicieron que la grada, entrenadores y jugadores de Olímpico enmudecieran. Debieron pensar cómo era posible que nuestros aldeanos hicieran lo que sus ojos veían y más aún con el grandísimo equipo que Olímpico tiene.
Diez minutos para no olvidar, pero quedaban otros 50. Nuestros chicos debieron pensar que aquello iba a ser un paseo, bajaron los brazos y la respuesta de los 11 de Pozuelo no se hizo esperar. En cuanto se dieron cuenta de que corrían los nuestros sin apoyo ni ayuda se vinieron arriba, presionando y ganando el balón en los placajes, por rucks suyos o por golpe de castigo de los nuestros al no soltar el balón una vez placados. El contrario se dio cuenta que sin conjunto, sin apoyo no se puede jugar a este deporte, y eso, unido a su calidad, hizo que ya con la posesión del balón avanzasen y abriesen a los tres cuartos para que nos empezasen a devolver los ensayos.
Era desesperante llegar de jugadas hiladas de conjunto a jugadas individuales, que fueron la mayoría, en las que si no se tenía la suerte de ensayar por la genialidad de alguno de los nuestros (casi siempre el mismo), el balón se perdía por falta de apoyos, por falta realmente de ambición, de intensidad. Es cierto, y eso hay que reconocerlo, que nuestros aldeanos defensivamente son un baluarte y eso les mantuvo en el partido, porque el ataque fue inexistente, los pases eran interceptados porque no existía la adecuada profundidad en los apoyos o porque simplemente no se miraba en el pase. De hecho dos pases captados por los de Pozuelo nos costaron un ensayo y después del ensayo volvimos a dar otro pase que también fue interceptado. Era como si se hubiera perdido toda la estructura de juego y lo que es peor no se atendía a las indicaciones y sólo quedase el corazón. Que sí, nadie dice que jugar con el corazón está mal, pero tendrían que pensar en su afición y cuerpo técnico, a los que ponen el corazón en la boca.
El resultado de este juego es igual que lo que pasó con Soto, en la grada se percibió mucha tensión e intensidad, pero el juego fue igual de malo o incluso peor porque los errores estaban bien definidos. Pudiendo jugar como los ángeles con el sistema que conocen y aplican, decidieron solventarlo con la improvisación. Pese a todo ello, a la presión del contrario que nos tuvo contra las cuerdas, y gracias a la defensa, nuestros aldeanos sacaron el partido adelante por 7 puntos de ventaja, 36 a 43.
Finalmente los de Olímpico montaron un tercer tiempo estupendo, los dos equipos sentados en la misma mesa en el que terminamos de risas con un juego de manos cruzadas.
Pese al juego, méritos existen para afirmar que esto es rugby.
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